Me
despierto por la mañana y observo alrededor, veo objetos, la ventana, una
brisa, siento el tacto de las sábanas, sonidos de coches, quizás la voz de
alguna persona a lo lejos. Después siento en la piel el agua de la ducha, más
tarde saboreo un café, y ahí estoy yo, sola con todo un universo naciendo de mi
propia conciencia. ¿De dónde surge todo este mundo?, ahora lo sé, todo nace del
silencio, el silencio es mi fuente, es mi casa, es el único lugar donde vivo,
donde me siento absolutamente yo, no es necesaria ninguna explicación, todo
está ahí y no es necesaria ninguna historia personal, soy capaz de observar sin
intervenir, en el silencio la mente descansa, el cuerpo descansa y la
afectividad se expande en agradecimiento por estar ahí presente.
Toda la vida
está alrededor y yo soy testigo privilegiado de ella, soy testigo desde el más ínfimo
detalle hasta la más lejana de las estrellas. En el silencio todo es bienvenido,
y sólo desde el silencio pueden surgir las mejores palabras, la mejor música,
los mejores actos. Cuando uno se traslada a vivir en ese silencio es incapaz de
dañar, porque el silencio es increíblemente íntimo y afectuoso.
Que
gran libertad saber que no soy necesaria para que todo funcione, que descanso
saber que todo seguirá cuando yo no esté y que gran alegría saber que estoy aquí
ahora viviendo y contemplando la vida. ¿Y qué hago ahora que sé que no soy necesaria?,
pues quitar de en medio todas mis ideas inútiles de intentar explicarlo todo y
dejar que todas mis acciones salgan del silencio, estar el mayor tiempo posible
presente en cada movimiento que surja de mí, dejar que mi potencial salga sin
oponer resistencia, dejar que brote de mi sin interponerme, la inteligencia,
la ternura, lo que está escondido detrás de mis razones personales, soy como
soy aportando todo lo que está dentro para beneficio del universo.
Soy una
expresión del silencio en un momento concreto que puedo descansar en él a cada
momento que lo necesito.